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| 02/03/2017

Juan Quevedo y Germán Milla, el salto de calidad en la final de Nocturno

Cada uno en su equipo fueron grandes responsables del buen espectáculo que se vio por momentos en el rectángulo de juego. Siempre a partir del toque y la movilidad.

El paso de los años para Juan Manuel Quevedo y Germán Milla no se advierte en sus caras, pero si en su juego. La experiencia acumulada se evidencia en las buenas decisiones que toman a cada paso con la pelota en sus pies.

El mediocampista de Ambos Mundos ganó asociación, contacto con la pelota y panorama al jugar por dentro, contrariamente a gran parte del primer partido que los había enfrentado donde también fue peligroso pero por la banda. Cerrado al lado de Gastón Rocha fue el generador de fútbol del Tricolor y cada jugada que terminó en peligro tuvo su sello. A veces comenzando con un buen primer pase que abría caminos, otras tocando y ofreciéndose nuevamente como opción de pase y por momentos rompiendo con una gambeta para sacarse un hombre de encima y hacerse el espacio para rematar o habilitar a un compañero. El 8 hizo casi todo bien con la pelota en sus pies. Le pudo haber faltado posicionarse una vez perdida la pelota, o presentarle oposición a Aquino, en una carrera que terminaría en una jugada de peligro, y no correrlo de atrás. Pero sin dudas que el espectáculo ganó con la presencia de Milla hasta que estuvo en cancha.

Diferente pero parecido fue lo de Juan Manuel Quevedo en River Plate. Posicionado como extremo en la izquierda, en el comienzo del juego, fue la referencia ineludible a la hora de salir rápido cuando el equipo recuperaba la pelota. Compañero que se hacía del balón, levantaba la cabeza y descansaba en su capacidad para elegir bien los momentos. Saber cuándo acelerar, cuándo apoyarse en un  compañero que viene de cara al arco rival y cuándo esperar que el equipo reduzca espacios hacia adelante son virtudes no muy frecuentes y el diez las manejó a la perfección.

Pero si le faltaba algo lo demostró en la segunda parte. Ante la pérdida de Aquino por expulsión, el cuerpo técnico lo retrasó unos metros para jugar cerca de Basualdo en el doble pivot y desde allí, con su capacidad para entender el juego, manejó el ritmo del partido. Fue eje de casi todas las jugadas ofensivas de La Loba entendiendo cuándo había que lanzar hacia los costados y cuándo conducir y asociarse en corto. Además, fue combativo en momentos donde había que redoblar esfuerzos para suplir el hombre de más que tenía el rival.

Una final, dignísima final por momentos desde el juego, que contó con Milla y Juan Quevedo, que le dieron el salto de calidad al espectáculo.

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