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| 25/11/2020

Aprendiendo a querer a Maradona

Habían pasado diez minutos desde que me habían vomitado el “se murió Maradona” y todavía seguía buscando una desmentida…

Habían pasado diez minutos desde que me habían vomitado el “se murió Maradona” y todavía seguía buscando una desmentida (como aquel día en San Petersburgo luego de la victoria de Argentina ante Nigeria-Foto), alguien que insulte a otro en las redes sociales por decir semejante mentira. Pero no, parece que dejó de respirar y estoy inquieto por ir a abrazar a mis hijos y llorarlo. Porque ellos son muy chiquitos pero aprendieron a quererlo en medio del bombardeo de la pantallas que lo señalaba como un adicto. Como aprendí yo con los años, dejando atrás esa absurda e ignorante manera de ser hincha adolescente y denostar a cualquier tipo que tenga la camiseta del equipo contrario, aunque ese mismo sea Maradona. Y así volví a recordar que esa humanidad de 168 centímetros me había hecho feliz cuando tenía la edad de los dos pequeños. Porque para algún desprevenido, en esta parte del universo, el fútbol muchas veces sirve para ser feliz y cuando no sirve para eso, sirve para muy poco.

Un día de esa adolescencia también comprendí, con aquel cuento de Sacheri “Me van a tener que disculpar”, que los héroes no son perfectos, pero que es de cobarde juzgar a alguien a millones de kilómetros de sus problemas, de sus realidades, de sus entrañas. Y fue, tal vez, con el programa que hacía Alejandro Apo “Todo con afecto” que comencé a disfrutarlo plenamente. El arranque de la emisión tenía los “Versos para Maradona”, de Héctor Negro, que comenzaba así: “Yo no sé qué angel pardo se asomó por Fiorito, se coló en los picados donde él anochecía, y prendado del ángel gurrumín de la zurda, se instaló en el mocoso con su audaz brujería...”. Lo que hizo dentro de la cancha, contagió creaciones fuera del rectángulo de juego como esas y otras miles que se encargarán de mantenerlo vivo en el recuerdo de los futboleros y los no tanto. Fue en esa misma época que le escuchamos de su boca una de las frases más repetidas pero contundente, cierta e introspectiva y que de tan dicha parece haber dejado de lado su sentido ejemplificador (para aquellos que buscan ejemplos en los deportistas): “El fútbol es el deporte más lindo y más sano del mundo. Porque se equivoque uno no tiene que pagar el fútbol. Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”. Vaya si lo pagó.

En tiempos donde lo que resalta es el chusmerío ya no tendrán de qué hablar en torno a Maradona y quizás algunos comiencen a descubrir que a pesar del tiempo en el que jugó también existen las imágenes y a lo mejor entiendan de qué se trata que hoy en el mundo entero lo esté llorando. Solo alcanza con darse una vuelta por Youtube para seguir asombrándose y tratando de hacerles entender a los que no lo vivieron y a los que vendrán cómo hacía para llevar la pelota a milímetros de su pie zurdo, cómo ese arranque demoledor los dejaba fuera de la foto en dos metros, cómo ponía la pelota en el lugar que quería, incluso si la distancia lo impedía, como en aquel tiro libre dentro del área en Napoli. 

Alguna vez Roberto Fontanarrosa, que sabía encerrar en pocas palabras grandes pensamientos dijo: “no me importa lo que hizo Diego con su vida, me importa lo que hizo con la mía”.

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