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| 11/06/2016

Lionel, Diego, el chusmerío y la famosa “grieta”

Lionel Messi volvió a jugar con el seleccionado nacional con una de sus habituales actuaciones, luego de una semana donde de lo que menos se habló fue de fútbol.

 

Los días previos dela vuelta a las canchas con la selección de Lionel Messi estuvieron teñidos de algo que el argentino medio suele observar en la política, pero que emerge en distintas circunstancia de la vida diaria. La famosa grieta se vislumbra en cualquier tema cotidiano y haya en el fútbol un terreno fértil para crecer hasta el éxtasis del “no existí”. Así, en medio de una discusión absurda, luego de que se hiciera pública una conversación que era privada en la que Maradona hablaba sobre Messi, como diría Eduardo Sacheri en su cuento “Me van a tener que disculpar”: “Es que hablar de él (Maradona), entre argentinos, es casi uno de nuestros deportes nacionales”. Entonces el eje, en una semana donde Lionel vuelvía a ponerse la celeste y blanca, se corrió y al mejor estilo Rial se comienzó a hablar del chusmerío, de lo secundario y, por desconocimiento o elección, no de lo esencial, del juego.

Pero la grieta se cerró cuando el diez entró a la cancha, como cuando lo hacía Diego. En medio de un público enfervorizado e histérico que gritaba cada vez que el ocasional barbudo aparecía en la pantalla del estadio, ingresó al campo al trotecito y se fue metiendo de a poco en el juego. Tirado al centro, como una especie de enganche, tocó y se movió o tocó y esperó. Fue familiarizándose con la pelota, aunque no lo necesitaba. Y a los cinco minutos de ingresado, como un imán, el balón le quedó en el borde del área: controló orientado y carició para poner el segundo en un partido ensuciado por los panameños que no se podía resolver. Pasaron diez minutos y Leo tocaba para un lado y para otro evitando la gambeta para no sufrir los golpes. Sin embargo, capturó la pelota en el borde del área y recibió un tatuaje en forma de rasguño en el cuello. Tiro libre sobre la derecha, a cinco metros del área. Ideal para que Messi acaricie con cara interna y la mande al ángulo izquierda de un arquero que se tiró para que la escena fuera aún más perfecta.

Ya con el equipo volcado en ataque, con Rojo de wing izquierdo, con presión alta para recuperar al segundo de perder la pelota, el jugador del Manchester United le metió un pase filtrado a la Pulga que ingresó al área por el centro ante la desesperación del rudo central Felipe Baloy, que nada pudo hacer ante un tipo que sabe qué hacer en cada sector de la cancha y al mejor estilo centrodelantero, orientó hacia su mejor perfil y con un pase a la red (lateral) nos dijo que el fútbol es así de simple.

Para el final quedó el quinto, luego de otra caricia de su zurda mágica para saltear a toda la defensa con un pase por arriba para la llegada de Rojo que habilitó a Agüero, quien de cabeza puso el cinco a cero final.

Fueron treinta minutos con tres goles y un pase decisivo. Fueron treinta minutos que deberían haber servido para acordarse que, como cuando jugaba Maradona, las alegrías que nos dá y nos dio dentro de una cancha son tan inmensamente grandes como para andar encima reclamándoles que piensen igual que nosotros. 

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