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Cómo es la villa 21, el lugar que es señalado como "zona peligrosa" por el GPS

Desde allí salía la marihuana que se comercializaba en Junín y cuyo tráfico fue desbaratado por la Coordinación Departamental de Investigaciones del Tráfico de Drogas Ilícitas de Junín y el Juzgado del doctor Plou.

Por Redacción

Miércoles, 23 de diciembre de 2015 a las 22:07

Entre los barrios de Barracas, Parque Patricios y Nueva Pompeya, casi junto al Riachuelo, se concentra más del 30% de los homicidios ocurridos en los últimos dos años en Capital Federal. Allí se levantan las villas 21-24 y Zavaleta, que unidas conforman hoy el asentamiento más grande y riesgoso de la ciudad de Buenos Aires.

En enero de este año, el diario La Nación recorrió sus calles. Del lado de afuera, los vecinos del barrio reclaman mayor seguridad y que el gobierno porteño mude de allí este asentamiento que ocupa 65 hectáreas y que habitan unas 50.000 personas, según datos oficiales.

El padre Lorenzo de Vedia, más conocido como "Toto", recorre las calles de la villa en bicicleta; los vecinos lo saludan con afecto. Lleva bermudas y una remera celeste, y pedalea con velocidad bajo el duro sol del mediodía. En la puerta de la parroquia Nuestra Señora de Caacupé, varias mujeres esperan con sus hijos en brazos para que les entreguen algo de ropa de la última donación. Más allá de la avenida Luna, los vecinos de Parque Patricios y Barracas reclaman más seguridad y mayor presencia de la Gendarmería, que está a cargo de la vigilancia de esa zona caliente.

Al comedor barrial asisten unos 250 chicos. y cada vez son más y con más necesidades. En los últimos diez años explotó el crecimiento demográfico y la convirtió en la villa más populosa de la Capital.

A su vez, de la mano del importante crecimiento del asentamiento, también aumentaron las diferencias y las quejas entre sus habitantes y los vecinos de los barrios circundantes.

El padre "Toto" explica su postura con una mezcla de bronca y resignación: "Como sociedad no hemos aprendido que las villas ya no son algo de otro mundo, sino que son parte importante de la ciudad. El mito de que todos los villeros son chorros sigue muy instalado y nosotros luchamos para que la gente entienda que acá hay gente buena y laburante".

Pedro, otro vecino de la villa 21-24, más conocido como "Quico", de nacionalidad paraguaya, es voluntario en el comedor Virgen de Caacupé; no cobra por su trabajo y recibe una ayuda mensual de Cáritas. Camina a paso lento arrastrando una pesada carretilla en la que carga unas garrafas; un nene de unos ocho años lo acompaña en los mandados del día.

En diálogo con La Nación, Pedro cuenta que la Zavaleta es la que peor está. "Para nosotros, es la zona roja", dice, entre risas nerviosas. "Ahí sí que hay banditas complicadas. Pero, en general, entre los vecinos del barrio, sabemos quiénes son laburantes y quiénes no.

"Del otro lado de la avenida Luna, los vecinos de Barracas y de Parque Patricios insisten en la necesidad de que el gobierno resuelva la situación de la villa y reubique a sus habitantes en otro lugar de la ciudad.Daniel Gómez vive hace 35 años a una cuadra de la entrada de la villa y tiene un quiosco completamente enrejado en la esquina de Iriarte y Luna. "Cuando está la Gendarmería, se calman un poco. A mí ya me conocen hace muchos años y tienen ciertos códigos. Pero sé que, en general, los comerciantes de la zona sufren mucho la inseguridad", comentó.

Los vecinos del lugar llaman al cruce de las avenidas Luna e Iriarte como una "zona caliente", ya que es el punto neurálgico que separa el ingreso a la villa del barrio de Barracas. Desde afuera, los vecinos pretenden separarse; desde adentro, el padre "Toto" profundiza en la necesidad de integrar la villa al funcionamiento cotidiano del barrio.

En Iriarte y Luna, Alberto Rodríguez es dueño de un quiosco al que le robaron hace pocos meses más de $ 20.000. Mientras señala la persiana del local, vencida por la violencia de los ladrones, mastica su bronca, y explica: "Acá anduvo la Prefectura el año pasado, pero desde noviembre pasado que no aparecen. Cuando me robaron, el jefe me dijo que «no tenían gente». Así nos cuidan".

Cada tanto se ven algunos móviles de la Prefectura Naval o de la Gendarmería Nacional, que patrullan las avenidas Luna y Vélez Sarsfield, las que separan la villa del barrio de Barracas.

Fabio Torres es dueño de una librería y juguetería que está sobre la avenida Iriarte. Maneja el negocio desde hace más de 20 años y dice que se niega a ponerle rejas. "Mi abuelo puso este local y fue siempre el sostén de la familia. Nos entraron el 23 de diciembre armados, pero yo no quiero enrejarme. Sólo pido que como ciudadano que paga todos sus impuestos que la Prefectura y la Gendarmería hagan algo", dijo indignado.

Si uno ingresa en el barrio por la avenida Iriarte, el GPS avisa que se acerca a "zona peligrosa". Advierte la presencia de la villa a unos pocos metros. Algunos de los habitantes de la 21-24 no llevan más de unos meses viviendo allí. Leticia Reinoso tiene 27 años y vive con su marido en la Zavaleta; está embarazada de tres meses. "Nosotros vivíamos en Barracas, pero los alquileres aumentaron mucho y no pudimos seguir pagando. Nos vinimos a una habitación; alquilar acá sale entre 1000 y 1500 pesos. Afuera, los departamentos no bajan de 4000 pesos. Obviamente elegiría vivir en otro lado, pero hoy por hoy es lo que nos toca, como a tanta gente que vive acá y trabaja afuera", explicó.

Todos los consultados coinciden en que la mayoría de los que viven en las villas 21-24 y Zavaleta trabajan a diario para mejorar la calidad de vida de quienes viven en esas casillas incómodas, donde hace más calor en verano y más frío en invierno y que, cuando llueve, todo se inunda. Por lo bajo comentan que también crece la venta de drogas y que nadie hace nada. También eso perjudica a todos. Afuera, los vecinos de los tres barrios exigen mayor seguridad para sus comercios y le reclaman al gobierno porteño una solución definitiva con los asentamientos. La vida, tanto dentro como fuera del asentamiento, continúa.

NADA FRENA EL AVANCE DE LOS NARCOS

El estrecho y laberíntico pasillo parece no tener fin. De pronto, una leyenda escrita con aerosol amarillo en una pared lo resume todo: "Nadie me quiere, todos me odian, me disen [sic] pobre «fisura»". Arruinados por el paco, adolescentes y jóvenes, sentados en el piso con la mirada perdida, son fantasmas a los que se les escapa la vida.

Durante una recorrida por el asentamiento, La Nacion pudo ver cómo viven hoy los adictos en la villa 21-24, también conocida como Zabaleta, en Barracas. Allí, los narcos suelen echar por la fuerza a los humildes dueños de casas precarias de material para instalar sus "quioscos" de venta de drogas. Cuando uno es detenido, el negocio no termina. Horas después ya hay otra persona que abrió el negocio y sigue con la venta. No hay una banda en particular, sino varias que están bien organizadas y armadas. Así lo relatan fuentes judiciales, policiales y los propios vecinos.

Los voceros consultados explican que cada villa porteña tiene su particularidad: los narcos operan, dicen, según las características del asentamiento.

Luego de consumir paco, muchos adictos necesitan comer, pero al carecer de dinero buscan restos de comida entre la basura domiciliaria

Dentro de la villa Zabaleta los narcos cuentan con colaboradores que les avisan de la presencia de visitas extrañas por las calles. "Ante una situación que no es normal, los chicos campana, que se apostan en la puerta de las casillas, comienzan a silbar para que la droga sea descartada", explicó un policía.