Entre los cuentos que nuestros padres nos contaban al irnos a dormir había uno que no parecía real pero lo era. Había una vez en Banfield…un partido que fue el mejor de los partidos de fútbol que se jugaron en el Planeta Tierra. El mejor por lo que pasó dentro de la cancha pero también el más hermoso por lo que pasó fuera. Un tren, una multitud, una ciudad detrás de once jugadores formaban parte de ese relato que acababa con el llanto del padre recordando su por entonces juventud con el típico gorrito de “Piluso” verde y blanco.
Fue un Primero de noviembre de 1980 en el Estadio Florencio Sola que se dio esa postal que quedó para la posteridad con la tribuna Eliseo Mouriño a reventar e imágenes en blanco y negro de una terminal de trenes desbordada, y muchos de nuestra generación pensamos que nunca íbamos a poder vivir algo semejante mientras andábamos por las canchas de Berazategui, All Boys o Flandria; sin embargo “es caprichoso el azar”, como dice El Nano, y acá estamos, transitando una semana emocionante. Esa es la palabra, independientemente de lo que pase el domingo. Dan ganas de llorar a cada paso. Todo lo que parecía un cuento de antología es realidad. En la farmacia, en el súper, en el club, en la panadería, en todos lados se habla de lo que será esa cancha, ya no en la Eliseo Mouriño sino en la Valentín Suárez, y la semana parece tener cien días. Ya no será un tren pero la ruta se transformará en una vía de kilómetros y kilómetros de banderas verdes.
La imagen del la madre y el padre con las hijas y los hijos florecerán por miles y nacerán nuevos cuentos, con nuevos protagonistas, contarán que el goleador de aquella tarde del 80, el gran Toti Iglesias, estaba en la platea y esperemos que el final, antes del beso en la frente, tenga el mismo desenlace...