Por Luciano Lahiteau, especial para Junín Digital.
"Fangio iba en punta, seguido muy de cerca por Oscar (Gálvez). Así pasaron por Trujillo", le contó Manuel Montes, que ya había abandonado la carrera, al cronista del diario El Comercio, de Lima, la ciudad desde donde había comenzado la séptima etapa del Gran Premio de la América del Sur del Turismo Carretera, una proeza automovilística popularmente conocida como “La Buenos Aires-Caracas”.
"La distancia que los separaba era muy corta, por lo que los potentes faros del auto de Gálvez se reflejaban en el espejo del coche de Fangio, que por tal causa no podía ver bien el camino –siguió Montes su relato-. En esas circunstancias, unos 50km después de Trujillo se presentó de improviso una curva que Fangio no pudo distinguir por el reflejo de los faros de Oscar. Su coche se salió del camino y volcó, dando varias vueltas por la velocidad que llevaba. Sufrió heridas leves en la cara, tobillos y rodillas. Por lo demás se halla en buen estado; el coche quedó totalmente destrozado".
Aquel viernes 29 de octubre de 1948 los coches habían iniciado la etapa 7° muy temprano: los acontecimientos políticos en la capital peruana obligaron a reprogramar la largada para la medianoche y lejos del centro político, donde las tropas del general Manuel Apolinario Odría ya se movilizaban para derrocar al presidente José Luis Bustamante y Rivero. Los autos iniciaron su marcha en Puente de Piedra, a unos 25 kilómetros de Lima y en plena noche, bajo la niebla del Océano Pacífico.
La clasificación general tenía a los Ford de Juan Gálvez y Oscar Gálvez primeros, seguidos por el Chevrolet de Domingo Marimón en el tercer puesto. Cuarto se clasificaba el chileno Lorenzo Varoli y quinto el segundo mejor Chevrolet, el coche número 14 de Eusebio Marcilla. Pero el auto más rápido de la carrera era el Chevrolet N° 1 piloteado por Juan Manuel Fangio, que traía un ritmo sorprendente: solo en la quinta etapa había superado a 33 autos.
“Nosotros, por lo general, arreglábamos tres coches: el de Marcilla, el de Marimón y el mío –le contó Fangio a Roberto Carozzo-. Sin un orden establecido, cualquiera, porque teníamos una hora de reparación por auto”. El jueves 28 por la noche los pilotos y mecánicos trabajaron en los tres “y cuando terminamos nos fuimos a dar un baño, comimos una cosita liviana y nos fuimos a acostar, porque a las cinco de la mañana nos largaban hacia Tumbes. Pero no dormimos mucho”. Antes de que pudieran conciliar un sueño profundo, la organización de la competencia les comunicó que debían largar en plena noche para salir de Lima antes de que se desatara la revuelta.
A la hora 0 del viernes 29, con muy poco descanso y un agotamiento acumulado de 9 días de carrera, los coches 1 y 2 de Fangio y Oscar Gálvez abrieron el camino distanciados por 100 metros. Los rivales decidieron dejar que el piloto peruano Arnaldo Alvarado se adelantara, ya que conocía el paisaje y les podía ser de referencia. Pero cerca de Paramonga un burro cruzó el camino y el Ford de Alvarado lo golpeó de lleno, lo que casi lo saca de carrera, y dejó el camino abierto para los argentinos, que nunca habían transitado esos caminos.
"Debemos de haber hecho así prácticamente 200km –recordaba Fangio en 1986-; Oscar se puso detrás de mí y le quedaba al pelo. Yo ya debía sentir el cansancio de la jornada anterior y de correr casi a ciegas, en la niebla, porque pasé de largo en Trujillo. Yo tenía que levantar nafta ahí. No me di cuenta y pasé de largo. (...) Unos 15 o 20 km más adelante había un pueblecito de esos, todo pintado de blanco, que sabe haber en la zona. Todavía Daniel Urrutia me dice, luego de mirar su reloj: ‘Mirá, dentro de 5 o 10 minutos va a empezar a clarear’. Entonces pasamos ese pueblito (Huanchasco) y el reflejo de mis faros en las paredes blancas me encegueció. Prácticamente quedé a lo oscuro cuando salí. Había una curva a la izquierda, con terraplén. Pero yo no la vi. Es más: creí que del lado de afuera de la curva había un precipicio y no un terraplén, entonces quise seguir la curva y el auto se desplazó”.
El Chevrolet descendió al terraplén y comenzó a volcar. “Nunca vi una cosa igual, porque no perdí el conocimiento –sigue Fangio-. Yo estaba agarrado al volante. Me pegaban cosas porque llevábamos herramientas, hasta caja de velocidades, todo adentro del auto. Y volaban cosas por arriba, por abajo, y yo aferrado al volante. Hasta que el coche quedó acostado y yo con la pierna apretada contra la puerta porque Urrutia no había puesto las trabas y también la mía se había abierto. Nunca quería ponerle las trabas. Si las hubiera tenido no le pasa nada a él ni a mí. Yo nunca tuve jaula antivuelco, pero esa vuelta mi hermano Toto la hizo y gracias a eso estoy contando el cuento...".
Oscar le contó el episodio al corresponsal de El Telégrafo: "Yo iba a unos 80 metros del Chueco cuando al entrar en una curva hacia la izquierda lo vi vacilar. Creo que se adormeció. Algo le pasó, porque se fue abajo del terraplén, sobre la derecha. Íbamos como a 140 por hora y para no pisarlo me tiré abajo del terraplén por el otro lado y en la zanja. Volcamos. Salí y ayudé a salir a Herrero y fuimos corriendo a ver qué le había sucedido a Fangio. Como el coche estaba volcado, para abrir la puerta me quemé una mano con el caño de escape. Encontré al Chueco tirado entre los dos asientos. Lo toqué y me pareció que no tenía nada. Volvió en sí y me preguntó por Urrutia. Fuimos a ver y lo encontramos en el suelo. Con linternas vimos que tenía sangre en la boca. Fangio me preguntó por Urrutia y le dije que no tenía nada. Eso me pareció, acaso porque era de noche”.
Gálvez se equivocaba. Daniel Urrutia peleaba por su vida y Fangio, aunque estaba salvado, también estaba golpeado. Algunos lugareños ayudaron al binomio argentino a poner el auto sobre ruedas, “pero por la oscuridad de la madrugada y la limitada visibilidad” Gálvez no consiguió que ningún otro piloto se detuviera a auxiliarlos “hasta que paró Marcilla, que tomó los heridos a su cargo”. A causa de la oscuridad todavía reinante, le dijo Gálvez a El Gráfico en su edición del 5 de noviembre de 1948, “pasaron Marimón, mi hermano y Bojanich, sin vernos”. “Fangio me dijo que siguiera, que no abandonara –aseguró Gálvez-. La gente me ayudó a enderezar el coche. Anduve unos 300km y encontré a Marcilla. Le pregunté por los muchachos y me dijo que Fangio estaba bien, pero que Urrutia estaba muy golpeado. En Tumbes me enteré de la desgracia".
Eusebio Marcilla cargó a Fangio y al agonizante Urrutia en su auto. Su acompañante, Miguel Salem, observó la hoja de ruta buscando un lugar donde obtener atención médica y se encontró con el siguiente detalle: “Estación Chicope a la izquierda. Sobre la derecha, hospital, iglesia y plaza de toros. Telégrafo”. El Chevrolet negro N°14 se salió del camino con los dos hombres golpeados y perdió más de veinte minutos para llegar a Chicope, donde se corroboró que Urrutia había muerto. Fangio fue trasladado al hospital de Trujillo, donde quedó internado.
El juninense Marcilla retomó la marcha de la carrera y logró llegar en el quinto lugar, a solo 17 minutos y 50 segundos del ganador de la etapa, Juan Gálvez. Eso significa que de no haberse detenido para asistir a Fangio, Marcilla hubiera sido candidato firme a ganar el tramo y recortar la diferencia que Oscar Gálvez llevaba en la clasificación general. Pero Marcilla priorizó la salud de su compañero, aunque eso significara hipotecar sus posibilidades en la carrera más importante de su trayectoria deportiva.
A partir de entonces se conoció a Marcilla como “El caballero del camino” y su nombre se convirtió en leyenda. Finalmente, el 8 de noviembre de 1948 los Chevrolet de Domingo Marimón y Eusebio Marcilla arribaron casi juntos a Caracas, luego de 9579,4 km de carrera recorridos en 118:37'18.2". Marcilla llegó apenas doce minutos detrás del ganador y fue recibido como un héroe, aunque su reconocimiento se opacaría pronto, al menos para los medios periodísticos y agencias oficiales.
Marcilla se resistió a llevar la publicidad del gobierno peronista en su coche, lo que provocó una virtual censura a sus participaciones en el TC. Durante la temporada de 1949 los relatores se referían a él como el "coche número 4", el "competidor avezado", o el "crédito de Junín" para no tener que mencionar su nombre.
Algunos años después, el 14 de marzo de 1953, el N°4 de Marcilla lideraba la “Vuelta de Santa Fe''. En la ciudad de Recreo un poeta lo vio pasar a la velocidad del viento por última vez. En la intersección de la ruta nacional 11 y la ruta provincial 70, el Chevrolet negro se salió del camino y se abrazó fatalmente a una columna de hormigón.