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Veneno paciente: Distancia de rescate, de Samanta Schweblin

Los efectos de la sojización son la fuerza fantasmal que se esconde detrás de un intrigante relato de terror sobre la maternidad.

Domingo, 11 de junio de 2017 a las 15:29

Samanta Schweblin (Argentina, 1978) es cuentista, pero para contar la historia de Distancia de rescate (Penguin Random House, 2015) notó que debía extenderse en el formato y escribir su primera novela corta. El relato tendría un disparador concreto: ¿qué le pasaría a una madre si su hijo le dijera “No soy yo”? ¿Qué ocurriría si se cortara el lazo invisible que une a la madre con el hijo por una razón fatal, imperceptible y desconocida?

Después de algunas pruebas infructuosas, Schweblin decidió narrar la historia como la recuperación hipnótica de un recuerdo reprimido, obstruido por el shock post traumático. Ese recuerdo mana de Amanda, una mujer que se ha alejado unos cientos de kilómetros de la ciudad para disfrutar de unas vacaciones en el campo junto a su pequeña hija. Ella va hilvanando un relato que crece en su suspenso e incomodidad, con insinuaciones de surrealismo y fantasía, y que tiene como eje el misterioso estado psíquico de David, el hijo de su ocasional vecina. David, al mismo tiempo, es la persona que en el tiempo presente de la historia va tentando la memoria de Amanda, que está convaleciente en un limbo farmacológico indefinible.

¿Qué es lo que le ha ocurrido a David que su madre, Carla, no puede identificar pero ha roto para siempre su unión? ¿Qué es lo que se ha roto en el niño para que se destruyera su sociabilidad, la relación con sus padres y con la realidad que lo rodea? ¿Por qué es tímido y retraído, por qué toma las cosas de su mamá y las tira a la pileta? ¿Por qué entierra patos en el jardín? ¿Y por qué hay tantos chicos como él en el pueblo?

Esas preguntas van apareciendo como sonidos extraños en el sendero va abriendo el relato. La acción fluye doméstica y elemental, sugerente; se percibe la inminencia de algo terrible que acecha e incomoda. Schweblin va administrando el ritmo mediante la ansiedad de David, que busca el punto exacto donde su historia personal se replica en la de Nina, la hija de Amanda. Va siguiendo el hilo del recuerdo para encontrar la fuente del mal. Porque Nina, como los demás niños, se topará en un momento perfectamente identificable con el agente que contamine su vida y la rompa. Es un instante en que se cortará el hilo de seguridad con su madre sin que se traspase la distancia de rescate, esos metros que la madre calcula cada vez que su hija se aleja. Es un segundo tóxico. La enfermedad y la muerte están ahí, en el verde brillante del campo en verano, en la brisa que hace cuchichear las hojas de los sembrados y en el líquido sobrante en los bidones azules que se descargan de un camión cualquiera, en una mañana cualquiera, en un pueblo argentino cualquiera.

“La transmigración fue lo primero que tuve de esta historia, de hecho, muy al comienzo del proceso, ni siquiera sucedía en el campo”, contó la autora en una entrevista con Télam. Pero fue hábil para encontrar en el envenenamiento con agrotóxicos el mal que obliga a un remedio extraordinario; la amputación del alma es la cura (¿o la excusa?) pagana para alivianar la toxicidad del cuerpo y drenar el espíritu dañado para que sobreviva.

Con esta novela, Schweblin afirma sus virtudes como escritora sobresaliente de su generación, una que ha hallado en el género del terror la forma de transmigrar las tradiciones fantástica y de denuncia de la literatura argentina a la actualidad. “Busco tensión tanto cuando escribo como cuando leo –explica la autora-. La tensión no es solo una característica del policial, o del cuento de terror. Es un pacto de atención entre el texto y el lector, de expectativa, la promesa de que algo nuevo se develará de un momento a otro. Puede estar presente también en lo poético, o en lo contemplativo”.

Distancia de rescate es terror doméstico. Sin efectismos. Es acecho fantástico y denuncia de un sistema productivo que quiebra la salud y la sociabilidad de las personas. Que carga en él la fatalidad de lo trágico y lo irremediable. Y que ha hecho del campo –aquel espacio bucólico de libertad- un lugar peligroso, casi irrespirable.

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