Por Luciano Lahiteau
Ringo Starr, la figura que todos querían ver, entró corriendo al escenario, puso sus dedos en señal de amor y paz y desató la alegría colectiva con una tónica interpretación de “Matchbox”, de su admirado Carl Perkins. No lo parece, pero Ringo es un hombre de casi 75 años. Un hombre con todos los ajetreos imaginables para una estrella de rock que atravesó tres vertiginosas décadas con los beneficios y cargas de ser un ex beatle.
Esta noche, Ringo es un hombre que presta su nombre, carisma e imagen para poner sobre el escenario a una verdadero seleccionado de figuras del rock de los setenta y ochenta, que orbitan en torno a él. Algunos creyeron que, sobre un gran escenario especialmente montado junto al Planetario de la Ciudad de Buenos Aires, verían a un grupo de músicos sesionistas sosteniendo las interpretaciones del baterista. Se equivocaron: Ringo y su All Starr Band, con sus limitaciones y sus grandezas, estuvo en a la altura de su promoción al Salón de la Fama del Rock & Roll Hall por su “excelencia musical” como solista. "La verdad es que no lo esperaba, vino de la nada. De hecho, ni siquiera sabía que John y George ya habían sido incluidos. Esto significa mucho para mí, porque por fin los cuatro estamos en el Rock and Roll Hall of Fame", dijo el baterista al enterarse de que recibiría el galardón.
¿Pero quién es Ringo, además de un ex beatle? Ringo nació como Richard Starkey en Liverpool, Inglaterra. Aprendió a tocar la batería durante su infancia, que fue difícil debido a una salud frágil. Formó parte de algunos grupos hasta que lo eligieron para reemplazar a Pete Best en el más ascendente grupo de la ciudad: The Beatles. Con Ringo en la batería, el grupo obtuvo su despegue definitivo y llegó a la cima del mundo para más tarde cambiar, literalmente, la historia de la música popular para siempre. Pero Ringo, amante de la música de los ’50 y algo reacio a la experimentación pop, nunca estuvo a la altura compositiva de sus compañeros, John Lennon, Paul McCartney y George Harrison, que como él, no tuvieron formación musical académica.
Quizás por eso la historia de la música pop puso a Ringo en el lugar del cuarto elemento eternamente relegado, un suertudo que estuvo en el lugar correcto en el momento adecuado. Sin embargo, una y otra vez, sus compañeros y muchos críticos insistieron en la relevancia de Starr en la banda más grande de la historia: su sentido rítmico, su simpleza –lo más complejo de lograr en la música pop- y su consistencia instrumental fueron más que importantes en los Beatles: con su sobriedad y tempo, Ringo fue la locomotora de la fab four. Solo una vez el grupo estuvo a punto de no continuar y fue por un cabreo de Ringo: durante las tormentosas sesiones del “Álbum blanco”, Starr, asqueado del clima de trabajo, dejó el grupo y solo regresó luego de que el resto de los Beatles le pidiera perdón y le decorase la batería con flores, en señal de disculpas.
Esa lucha histórica de Ringo se proyecta en su presente. Después de que los Beatles terminaran, en 1969, Ringo inició una carrera solista que se adivinaba como la menos promisoria de las cuatro: el baterista solo había compuesto un puñado de canciones en toda su vida y era el instrumentista más limitado, ya que no tocaba otra cosa que la batería. Sin embargo, Starr se despachó con un par de aceptables discos “Beaucoups of blues” y “Sentimental journey” (ambos editados en 1970) y los exitosos “Ringo” (1973) y “Goodnight Vienna” (1974), que le reportaron a Apple Records (el sello de los Beatles) más ganancias que muchos de los exquisitos álbumes de McCartney, Lennon o Harrison: el primero llegó al millón de discos vendidos y el segundo al medio millón de copias solo en Estados Unidos.
Ese primer impulso de su carrera tuvo, casi inmediatamente, un pronunciado bajón que casi lo destruye. Durante años, Starr cultivó un alcoholismo que repercutió en una serie de álbumes como mínimo intrascendentes, que lo convirtieron en una estrella bizarra y en decadencia ya en los años ochenta. Antes de tocar fondo, y luego de desintoxicarse, Ringo conformó la primera alineación de su All Starr Band, un supergrupo que tenía entre sus integrantes a los geniales Dr. John, Billy Preston y Rick Danko, entre otros.
Esa fórmula de suntuoso encuentro de notables, tan norteamericano en su razón de ser, es la que Ringo trajo por tercera vez a la Argentina, quizás con su mejor alineación. Sobre el escenario porteño estuvieron, además del baterista beatle, el grandioso compositor, productor y multinstrumentista Todd Rundgren, el excelso guitarrista Steve Lukather (conocido por su trabajo en Toto), el cantante y bajista Richard Page (de Mr. Mister), el tecladista y vocalista Gregg Rolie (ladero de Santana), el baterista Gregg Bissonette (baterista de David Lee Roth, el ex vocalista de Van Halen) y el saxofonista Warren Ham (quien trabajó con Cher, Donna Summer y Toto).
Todos ellos secundaron a Ringo, que luego de invocar a Perkins, echó mano de uno de sus hits, “It don’t come easy” y más tarde del único adelanto de su próximo álbum -“Postcards from Paradise”, que se edita por estos días-, un tema llamado “Wings” y que su autor calificó como un “una canción con reggae beat”. Enseguida, Ringo introdujo al público en, quizás, algo desconocido para la mayoría: la rotación en el protagonismo del show. Como en un linaje de notables, al ex baterista de la más grande banda de todos los tiempos le siguió uno de los genios de la música pop del siglo XX, Todd Rundgren. El todavía pelilargo se puso al frente de la All Starr Band para cantar la hermosa “I saw the light”, perteneciente a su obra maestra de 1972, “Something/Anything?”.
De ahí en adelante, la rockola viviente empezó a mezclar cosas como "Evil Ways" (con Gregg Rolie como maestro de ceremonias), "Rosanna" de Toto (con el explosivo Steve Lukather llevándose la primera de las ovaciones que le depararía la noche), "Kyrie" de Mr. Mister (en la intacta voz de Richard Page) o “Bang the Drum All Day” (otra vez a cargo de Rundgren, esta vez al mando de la banda desde un redoblante). Inteligentemente, la dinámica del show retoma la figura de Ringo periódicamente, como para atenuar la ansiedad beatlemaníaca. Ahí está Ringo tomando el micrófono de nuevo, soltando el chiste que tantas veces le funcionó (y vuelve a hacerlo): “Ahora vamos a hacer una canción de otra banda en la que solía estar… Rory Storm and the Hurricanes”. El pie era para “Boys”, la primera canción grabada por los Beatles donde Ringo hace la voz solista. “Ahora, cantaré una canción que compuse para los Beatles. Escribí muchas otras pero…¿qué pasó?”, se preguntó Ringo ya con las manos sobre un pequeño teclado, que le sirvió para hacer una desprolija introducción a “Don’t pass me by”, una novedad incluso para quienes lo había visto en sus visitas de 2011 y 2012: a diferencia del resto del repertorio de la noche, la canción que Starr logró colar en el álbum blanco de 1968 no había sido traído todavía a nuestro suelo por su creador. La tríada beatle terminó con “Yellow submarine”, que provocó el gran karaoke de la noche, catalogado por el bajista Richard Page como la “manera más loca de reaccionar ante Yellow submarine que he visto” en su cuenta de Facebook, apenas unas horas después del show.
La continuidad del concierto –que duró dos horas y que no tuvo descansos- tuvo momentos aún más intensos, con versiones pesadas y levemente lisérgicas de “Black magic woman” y “Oye cómo va” (de Santana), y los inoxidables hits de Toto “Africa” y “Hold the line”. A eso se agregó una nueva balada de Page, llamada “You’re mine”, donde Ringo tocó el cajón peruano, y el clásico de Mr. Mister “Broken wings”. El siguiente capítulo Starr contó con otra versión de Carl Perkins (“Honey don’t”) y con “I wanna be your man” y “Act naturally”, de los Beatles. También se incluyó “Photograph”, la canción que Ringo y George Harrison compusieron juntos en 1973.
El final, claro, estaba reservado para “With a little help of my friends”, la canción de Lennon y McCartney donde Ringo interpreta a Billy Shears, el personaje que hilaría la historia original de Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band. Sin mensajes sensibleros ni afectación impostada, la All Star Band conectó “Give peace a chance”, de John Lennon, y se despidió del público con una improvisación larga y un abrazo con el Planetario como testigo, cuando Ringo ya había desaparecido detrás del telón de estrellas.