Por Luciano Lahiteau, especial para Junín Noticias
Los días eran taciturnos en la selva congoleña. Che había estado con fiebre luego de las incesantes lluvias y hasta se había comentado la posibilidad de regresarlo a Cuba –Yo no me voy, primero me muero aquí y además esto se me pasa, que es solo enfermedad, bramó el comandante-. Pero una inesperada visita revitalizó el campamento. “Aquello era tan absurdo que nadie podía creerlo –escribió Guevara en sus memorias-. Sin embargo, para hacer un poco de ejercicio bajé algunos tramos de la montaña y con gran sorpresa me encontré con Osmany Cienfuegos. Tras los abrazos, las explicaciones: había venido a hablar con los gobernantes de Tanzania y había solicitado permiso para hacer una visita a los compañeros del Congo”.
Era mayo de 1965. Ernesto Guevara y dos decenas de cubanos habían llegado unas semanas antes a territorio africano, detrás del velo de un supuesto vuelo diplomático a Europa. Solo él, Fidel Castro y unos pocos altos mandos de la revolución cubana sabían que la primera operación para internacionalizar el éxito cubano estaba en marcha. Pero la visita de Osmany, ministro del gobierno revolucionario y amigo del Che, traía consigo “la noticia más triste de la guerra” para Guevara: “en conversaciones telefónicas desde Buenos Aires, informaban que mi madre estaba muy enferma, con un tono que hacía presumir que ése era simplemente un anuncio preparatorio”. Para cuando el Che es anoticiado, Celia de la Serna ya estaba internada, en grave estado, luego de haber sido sometida a dos operaciones a causa de un cáncer. Primero se le extrajo un tumor y luego un seno. Murió el 18 de mayo, pero su hijo se enteraría mucho después.
“Tuve que pasar un mes en esa incertidumbre, esperando los resultados de algo que adivinaba pero con la esperanza de que hubiera un error en la noticias, hasta que llegó la confirmación”, escribió el Che. El fin de la esperanza llegó mediante la edición de la revista Bohemia, que le fue acercada a Guevara mediante el médico de la expedición, el doctor Rafael Santiago Zerquera, Kumi, según lo rebautizó el comandante. “La reacción de él fue decir que ya sabía por un amigo que su mamá estaba enferma –cuenta el médico en la biografía de Guevara que realizó el periodista Paco Ignacio Taibo II-. Empezó a hablar de su niñez. Quería tomarse un té. Le pedí que no se fuera. No me dijo que sí, ni que no, pero se quedó. Compartimos la comida. Él andaba por ahí cantando tangos”.
Celia había disimulado sus dolores a Ernesto. Sin embargo, había querido verlo antes de su partida, “presumiblemente sintiéndose enferma, pero ya no había sido posible pues mi viaje estaba muy adelantado”, según Guevara. “Celia sabía que el cáncer le ganaba e hizo lo posible por evitar que su familia estuviera informada de su situación real –contó en un entrevista Julia Constenla, autora de Celia, la madre del Che (Sudamericana)-. Ella me dijo textualmente: ‘Ellos pueden soportar mi muerte, pero no pueden soportar una larga agonía’. Creo que eso le trasmitió a su hijo: que no hay que dar la batalla, sólo cuando se está seguro de ganar, que hay que dar la batalla cuando uno cree que es necesaria y si se pierde, se pierde”.
La madre de Ernesto Guevara había nacido el 21 de junio de 1906 en el confortable seno de una familia porteña de buena posición. Los de la Serna eran estancieros y Celia la última de siete hijos. A su padre, el doctor Juan Martín de la Serna, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y político, protagonista de algunas anécdotas de niñez con su compañero de escuela Jorge Luis Borges, apenas llegó a conocerlo, ya que se suicidó cuando Celia tenía solo dos años. Al cumplir los quince quedaría completamente huérfana, por la muerte de Edelmira Llosa, su madre. Celia se educó en el colegio Sagrado Corazón e incluso tuvo años de fervor católico que la acercaron a los votos monacales, algo que desecharía por instrucción de su hermana Carmen, quien la haría atea. Conjuntamente con esta conversión, Celia desarrollaría un carácter avasallante y convicciones políticas firmes, algo infrecuente para una mujer en su época.
“Celia fue precursora de algunas actitudes beligerantes o progresistas”, señaló Julia Constenla en la entrevista con la periodista Luciana Peker, “es un emergente de las mujeres nacidas a principio del siglo XX”. Como otras de su generación, Celia de la Serna hizo alarde de sus posturas frente a la guerra civil española o la segunda guerra mundial, se pronunciaba a favor de la libertad sexual y de la autonomía de las mujeres. Esta valentía, sin embargo, no impidió que se sintiera obligada a mentir para ocultar su embarazo prenupcial. Celia quedó encinta siendo menor de edad y sin casarse, un escándalo para una familia como la suya. Para cuidar un poco las formas, Celia y su compañero de estudio, Ernesto Guevara Lynch, contrajeron matrimonio el 10 de diciembre de 1927, preservando en secreto el embarazo de tres meses. Y enterraron un escándalo con otro: abandonaron sus estudios y se fueron a vivir a un yerbatal en Puerto Caraguataí, una zona rural de la provincia de Misiones, sobre el río Paraná. Celia estaba de parabienes: “Cabalgaba bien, nadaba bien, pero estuvo a punto de ahogarse en el Río Paraná por ser demasiado osada. ‘Llego hasta donde puedo, pero que sea lo más lejos posible’, es una frase que define a Celia de la Serna”, contó su biógrafa.
Ernesto Guevara hijo, El Che, nació el 14 de mayo. Sin embargo, fue anotado un mes después, el 14 de junio, para ser presentado como sietemesino y cumplir con los plazos de la mentira que Celia le tejió a su familia. Después del paso por Rosario –donde dio a luz-, la familia se afincará en Córdoba, buscando un clima adecuado para el niño. “El chico vivía encerrado –dice Constenla-. Le tomaban la temperatura hasta diez veces por día, comía cosas horrorosas y saludables, no podía salir a jugar para que no se resfriara y tenía el tubo de oxígeno en su habitación. Pero un día ella ve cómo él mira jugar a sus hermanos y decide terminar con esa situación. Por eso, tiene una discusión con su marido diciéndole que Ernesto va a vivir como los demás, porque así no es vida. Y Ernestito, que está escuchando, grita: ‘Ya entendí... y si me muero me morí’, y sale corriendo. Desde ese día, el Che hizo una vida normal, aunque a veces lo traían en brazos sus amigos, porque el asma no lo dejaba caminar o le ponían el tubo de oxígeno cuando se ahogaba. Pero él vivió vivo. No fue condenado a la agonía del asma. Y eso fue decisión de Celia”.
Como el viaje a África del comandante Guevara era un secreto estratégico, nadie pudo entregar sus cartas de despedida antes de que su expedición tomara estado público, ya en la segunda mitad de 1965. Por esta razón, Celia no llegó a leer las líneas que su hijo le había dedicado antes de partir, con la consabida cercanía de la muerte en la lucha guerrillera que sintetizó en la frase “Puede ser que ésta sea la definitiva”. Continuaba Che en la que sería despedida a su madre: “Los he querido mucho, sólo que no he sabido expresar mi cariño, soy extremadamente rígido en mis acciones y creo que a veces no me entendieron. (…) Acuérdense de vez en cuando de este pequeño condotieri del siglo XX. (...). Un gran abrazo de hijo pródigo y recalcitrante para ustedes”.