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Una Chernobyl argentina: “El costo humano de los agrotóxicos”, de Pablo Piovano

Luego de ganar dos premios internacionales, se exponen en Buenos Aires las fotografías que el reportero argentino tomó en zonas rurales de Chaco, Misiones, Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe retratando las consecuencias del uso indiscriminado de agroquímicos.

Domingo, 20 de marzo de 2016 a las 01:42

 

“Las fotos de Pablo Piovano nos enfrentan a un horror cercano. Y también a nosotros mismos. No hay inocencia que valga después de verlas”, dice el escritor Guillermo Saccomano en el texto curatorial de “El costo humano de los agrotóxicos”, la serie fotográfica de Pablo Piovano que se puede ver hasta el 10 de abril en el Palais de Glace, en la ciudad de Buenos Aires. Y así es, porque el escozor que producen las imágenes, tomadas por el fotorreportero del diario Página 12 entre noviembre de 2014 y octubre de 2015, difícilmente sea ajeno a los espectadores.

 “Cuando supe de las cifras estremecedoras del costo humano decidí de manera independiente salir a documentar el impacto que los agrotóxicos están causando en la salud de los trabajadores rurales”, cuenta Piovano en su página web al referirse a su viaje de más de 6 mil kilómetros. A fines de 2014, se tomó vacaciones e inició un primer viaje por el Litoral argentino junto Arturo Avellaneda, un militante que abandonaría la travesía en Chaco, ante la angustia permanente que le causaba la realidad que aparecía ante sus ojos.

“Hice dos viajes de un mes y medio, y luego otro de veinte días –contó Piovano en una entrevista con la periodista Matilde Moyano-. Con ese trabajo me postulé en la Fundación Manuel Rivera Ortiz, que reconoció mi trabajo y me brindó el apoyo para continuarlo”. Por pueblos y colonias del Litoral y el Norte de la Argentina, Piovano realizó un trabajo estremecedor que intenta visibilizar una problemática inmensa, cuya amplitud y gravedad no tiene la correspondencia mediática que debería: según los cálculos de organizaciones como la Red de Médicos de Pueblos Fumigados (no existen datos sistematizados por el Estado), unos 13 millones de personas están afectadas por las fumigaciones agroindustriales. “En un pueblo de Chaco tienen un pozo común que abren dos horas al día –cuenta el fotógrafo, a modo de ejemplo de las poblaciones que protagonizan su trabajo-, esa agua es fumigada y lo doloroso es ver cómo ese agua de consumo familiar se carga en los bidones recién vacíos de glifosato”.

Solo el medio en el que trabaja Piovano (Página 12) y el portal El Federal (de La Rica, provincia de Buenos Aires), publicaron las fotos, a pesar de que la serie se impuso por sobre más de 1300 participantes en los premios FID Prensa y obtuvo el tercer lugar en el Premio Carolina Hidalgo Vivar de Medio Ambiente, una de las categorías de Pictures of the Year Internacional. 

Para Piovano, la tarea de fotografiar a estas familias en sus hogares y localidades no fue problemático. “Tienen la necesidad de ser narrados, porque están invisibilizados, no tienen quién los apoye ni perspectivas de que dejen de ser fumigados”. “Esto es una tragedia que lleva 20 años, ya en el ‘96, siendo Menem presidente, Felipe Solá como ministro de Agricultura firmó un acuerdo con Monsanto, con folios en inglés y sin constatar con científicos nacionales e independientes –recordaba Piovano ante Moyano-. Este es el costo humano de este nuevo sistema agropecuario, que produce una rentabilidad enorme, pero también un daño irreparable” en lo que la socióloga Maristella Svampa llamó “territorios sacrificables” por la lógica del capital extractivista.

“El hecho de que en este momento estemos contaminando al agua y haciendo esta catástrofe es doloroso, pero a la vez siento que me dignifica mi tarea como comunicador”, sotiene Piovano, quien planea continuar este retrato social en otras zonas afectadas a la siembra directa y la fumigación con agrotóxicos.

“Esta es una de las tensiones que genera una auténtica obra de arte y me pregunto, a la vez, si las fotos de Pablo Piovano son arte o son denuncia –se pregunta Saccomano en el texto curatorial-. Como arte, de hecho se exponen en museos, galerías, integran catálogos, y desde el ámbito de las exposiciones trasciende la frivolidad. Porque, como denuncia, sus imágenes inspiran su recomendación de boca en boca. Por qué no pensar entonces que pertenecen a una misma clase de expresión creadora, la de un arte poco frecuente en estos tiempos de banalidad y espectáculo, un arte que nace de la necesidad de justicia”.

El trabajo puede verse de forma gratuita en el Palais de Glace, el Palacio Nacional de las Artes dependiente del Ministerio de Cultura de la Nación, sito en Posadas 1725 de la ciudad de Buenos Aires.

Andrea Gotin tiene 16 años. Era una niña saludable a sus 8 años, hasta que una tarde en lachacra de sus padres aspiró bromuro de metilo, lo cual afectó la parte motora de su cerebro. Su hermano Ademir de 20 años padece un severo retraso mental.

 

San Vicente, Misiones: Talía Belén Soroco de 14 años tiene una malformación congénita,fue operada del corazón y padece severos problemas motores. Su padre, Juan, y su madre, Anita, trabajaron desde niños en los campos de tabaco manipulando insecticidas prohibidos, como Furadan y bromuro de metilo.

Roque Sáenz Peña, Chaco: Los gemelos Aldo y Maximiliano Barrios (2004) y su madre Elena Alderete (1977) posan en la calle de su casa. Ambos niños padecen una grave afección por microcefalia congénita, una de las dolencias asociadas al empleo de neurotóxicos en la agricultura transgénica. Los gemelos Barrios asisten a uno de los tantos establecimientos para discapacitados que año a año incrementan considerablemente su número.