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Juan José Becerra: “Estamos en un país con Síndrome de Estocolmo”

En esta entrevista, el escritor juninense vuelve sobre “El espectáculo del tiempo”, su última novela, la necesidad de revisar la lírica gauchesca en el siglo XXI, el deseo que potencia la escritura y el estado actual de cosas donde, dice, triunfó el discurso que él mismo criticó en “Patriotas”: “triunfó el impulso ideológico de la burguesía iletrada”.

Por Redacción

Domingo, 10 de abril de 2016 a las 01:41

Por Luciano Lahiteau, especial para Junín Digital

“Sigo siendo un escritor debutante cada vez que me siento a escribir literatura” se escabulle Juan José Becerra, escritor y ensayista, nacido en Junín en 1965. Lo suyo parece estar ligado al reinicio constante, aunque su bibliografía cubra ya buena parte de un escaparate. “Prefiero tropezar con una piedra desconocida aunque me desnuque, antes que esquivar canchereando la que ya conozco”, dirá sobre las formas posibles de encarar un texto. Autor de los ensayos Grasa (2007), La vaca. Viaje a la pampa carnívora (2007) y Patriotas (2009), es también responsable de las novelas Santo (1994), Atlántida (2001), Miles de años (2004), Toda la verdad (2010) y El espectáculo del tiempo (2015), una extensa obra “que hace de la memoria un principio constructivo, una meta y una deconstrucción”, según la precisa definición del periodista y poeta Walter Lezcano.

Empecemos por tu último libro, “El espectáculo del tiempo”. Allí aparece Junín como “escenario narrativo y posibilidad mitológica”. ¿Qué encantos creés que tiene la ciudad en esos dos aspectos?

Me parece que ninguno en especial. Cualquier lugar puede ser un escenario narrativo del que puede surgir la posibilidad de una mitología. En eso es como cualquier lugar sobre el que se quiera escribir. El Junín de mi libro es una composición. No está en la ciudad en sí sino en una especie de lugar oculto entre la memoria y la fantasía que la escritura intenta iluminar un poco. Más bien hay locaciones reconocibles para personas de mi generación como Yellow, el cine San Carlos, la pizzería Ribas y el Club de Planeadores. Pero los veo como escenarios vaciados de realidad y apropiados por la arbitrariedad de la literatura.

¿Creés que es tarea de la literatura crear esa posibilidad mitológica de ese tipo de lugares?

Sinceramente, no sé si la literatura tiene una tarea. Escribir es una experiencia de libertad total. Ahí uno tiene todos los derechos y ninguna obligación, tanto en el nivel artístico como en el civil. Después de todo no hay ninguna realidad en la literatura, por lo tanto el daño que produce en ella es nulo.

En la novela hay una especie de relectura del Martín Fierro ¿de dónde provino esa idea y cómo se relaciona con la obra de Hernández y el universo que la rodea?

El Martín Fierro es un libro extraordinario. No hacía falta que Lugones y Borges lo convirtieran en un monumento. Es un libro que desde hace casi ciento cincuenta años vive sin respiración mecánica, por así decir. Yo intenté una reelectura por mi admiración a Hernández y también porque Junín es una geografía martinfierrista. Pero además hay otra cuestión, que es mi asombro por la ausencia total de lírica gauchesca durante el conflicto de 2008 entre los empresarios del campo y el Estado. Dónde antes había épica ahora había sólo defensa de la propiedad y la renta extraordinaria. El egoísmo cívico del estanciero argentino merece entrar al Guinness. Para darle un tono de comedia a lo que pudo ser una tragedia nacional, porque esa gente está más cerca del Ku Klux Klan que del humanismo, escribí ese poema gauchesco en el que el que lleva la voz cantante es el terrateniente que derrama lágrimas sobre su riqueza y odia a la AFIP. En el siglo XIX, la voz del campo era la del esclavo, el paria, el perseguido. En el siglo XXI la única voz que se oye es la de la propiedad.

Para el “El espectáculo del tiempo” escribiste sin hoja de ruta y con un prosa más “brutal” o “biológica”, según tus propios dichos. ¿Qué te dio esa experiencia? ¿Pensás profundizarla o cambiarla de cara al futuro?

Creo que en la literatura no hay experiencia útil, en el sentido de que en el futuro uno no va a tropezar con la misma piedra porque la próxima piedra tiene otra forma y otro volúmen. Yo prefiero tropezar con una piedra desconocida aunque me desnuque, antes que esquivar canchereando la que ya conozco. Puedo decir más o menos cómo es el libro que hice una vez que lo termino. Antes no tengo ni siquiera una idea remota. La única sensación que tengo cuando empiezo un libro nuevo es que entro a un lugar desconocido del que, en algún momento, voy a tener que salir. No sé cómo entré, ni cuándo ni por qué. Podría describirse el fenómeno como el de un secuestro mental.

Decís que “para escribir no hace falta ninguna condición material”, lo que lo hace el artista más libre del mundo, y que eso te atrajo al oficio desde el inicio. ¿Qué cambió desde entonces?

Me gusta mucho la palabra candor porque está muy lejos de la palabra interés. Yo no vivo de mis novelas, por lo tanto para mí no cambió nada. Sigo siendo un escritor debutante cada vez que me siento a escribir literatura. El oficio se mueve por afuera de ese régimen que es íntimo, casi gratuito y con conexiones casi nulas con el mercado laboral.

Alguna vez expresaste que, para hacerse escritor, una persona debe tener instinto y horas-hombre. ¿Existe un equilibrio posible? ¿Cómo administrás cada uno de esos elementos?

Supongo que hablaría de mí y no de los demás escritores. Cada uno se hace a su manera. No sé si puede haber equilibrio o administración de esa fuerza instintiva que te lleva a clavarte durante meses o años frente al teclado. El deseo de escribir es una inquietud, una intranquilidad interior que te come por dentro y que sólo se cura escribiendo. Uno se carga con el deseo de escribir y se descarga escribiendo. No es muy romántica la idea del escritor como una batería recargable pero ilustra el concepto en términos eléctricos.

Estamos en un mundo crecientemente inhumano. ¿Cómo pararse desde la literatura frente a ello, y hacerla efectiva simbólicamente?

Yo haría una diferencia entre lo humano y lo humanístico. El hombre es humano: mata, traiciona, miente, roba, envidia, acumula y abre cuentas offshore en Panamá. Lo humanístico es autocontrolar éticamente esos impulsos que vienen de la prehistoria y que son variantes del egoísmo. Es un intento de contención ética a los desbordes de la naturaleza humana. Frente a esto la literatura no pude hacer nada, excepto contemplar y pronunciarse artísticamente sin esperar que lo que haga pueda tener algún tipo de eficacia.

¿Qué dice de la actualidad aquel personaje que escribió “Grasa” y “Patriotas”?

Que el discurso conservador, moralista, seudorepublicano, antipopular, antilatinoamericano y snob que ese narrador criticaba, ha triunfado. Lo que significa que triunfó el impulso ideológico de la burguesía iletrada, que siempre fantaseó con vivir en el 50% de una Argentina "europea", mirando desde arriba o con las cámaras de seguridad al 50% de la Argentina "africana". Estamos en un país con Síndrome de Estocolmo.