Desde Santiago.- Los vaivenes de la historia de Sarmiento en el profesionalismo tienen de todo, pero la mayor parte de las páginas de los libros que se escribieron sobre El Verde hablan inevitablemente del ascenso. La lucha casi siempre por subir a la Primera B Nacional se contrastaba con las magras campañas en la segunda categoría y así fuimos construyendo nuestra identidad de equipo importante de la tercera categoría.
Para los que andamos alrededor de los 40 pensar en Primera, por los años 90 ó la década del 2000, era pretencioso y grandilocuente, cuanto menos una utopía. Armar planteles para pelear el ascenso, lograrlo, y al año siguiente descender a la B. “No estamos preparados”, se escuchaba en las tribunas de cemento mezclado entre llantos y broncas ante una cancha desolada por la histórica espalda que le dio la gente de la ciudad al club en los malos momentos. Mirar los escalones de la popular de calle Paso y decir “hoy llenamos hasta el décimo” era uno de los desafíos en épocas de vacas flacas.
Luego vino la mano de Julio Grondona y aquella última posibilidad de estar en Primera gracias a un masivo ascenso que no se hubiese cristalizado de no haber tomado el equipo Sergio Lippi una vez comenzado el certamen.
Todo este preludio pone en su lugar la actualidad del plantel (y del club) que desde el sábado va a enfrentar a Central Córdoba en una nueva final para llegar a la Superliga. Las finales están para jugarlas. Unos ganan y otros pierden, pero lo que no se puede perder de vista es lo que, más allá de las formas, este equipo ha logrado algo invalorable y difícil de conseguir: emocionar. Caerse y levantarse. Jugar una final, perderla y en menos de un mes estar otra vez con la mente y el corazón puestos en intentarlo de nuevo. ¿Se puede perder? Sí, se puede perder de nuevo y conviene aclararlo para algunos ganadores de vaya a saber qué cosa. Lo cierto es que irán de nuevo con la ilusión intacta de llegar a Primera porque primero, antes de ganarlas, a las finales hay que jugarlas.