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| 15/04/2020

A 42 años de la muerte de Dante Panzeri

La obra y el pensamiento del periodista (murió el 14 de abril de 1978) quedaron retratados en “Dirigentes, decencia y wines”, una antología recopilada por Matías Bauso.

Por Redacción

Decir Dante Panzeri en periodismo es pensar en el riguroso ejercicio de la profesión. Es la ética. Este 14 de abril se cumplieron 42 años de su fallecimiento, meses antes de la realización del Mundial 1978 que tanto se animó a denunciar y que no llegó a ver.

El periodista Matías Bauso editó en el año 2013 el libro “Dante Panzeri  Dirigentes, decencia y wines”, una obra que puso en valor una infinidad de publicaciones del periodista en los diferentes lugares donde trabajó en sus 40 años de profesión.  De esas 544 páginas elegimos dos textos: uno que habla de Pelé, luego de un encuentro entre Racing y Santos (El Gráfico 04/10/1961) y otro donde toca uno de sus temas centrales en el debate futbolero (si se puede enseñar a jugar) pero que utiliza al golf y a De Vicenzo como ejemplos, no solo para fundamentar, sino también para exponer su visión sobre el deporte (Análisis 24/11/1970).

En fútbol todo es posible. Firmado: Pelé

Organiza. Realiza. Premedita. Improvisa. Inicia. Concreta. Dribla. Economiza. Shotea. Cabecea. Ataca. Defiende. Pivotea. Obstruye. Habilidoso. Inteligente. Talentoso. Joven (21 años). Futbolísticamente maduro (“ve” donde pocos ven, tiene “panorama” de lo que pasa donde él no está). Veloz como un sprinter. Pausado como un estratega. Astuto. Recio donde hay que ser recio. Prestidigitador con la pelota. Sutil y malabarista. Duro y chocador cuando hace falta. Estrella excluyente en cualquier equipo que integre, sea el Santos o la selección brasileña. Pero al mismo tiempo generoso para brindarse como peón. Podría jugar muy bien como eje que haga girar a otros. Prefiere hacerlo mejor: es eje y satélite. Las vedettes que como él producen el fútbol de cuando en cuando son blandas; él es vedette siendo duro, yendo “a las brasas” del área, buscando volver a donde encontró rudezas. Soportándolas. Y devolviéndolas también. Porque juega CON GANAS. LO SIENTE.

Todo eso lo reúne Pelé, además de dos piernas y una cabeza diestras y maduras. Hábiles y talentosas. Sincronizadas. Concepción y ejecución. Todo eso es posible para Pelé.

Todo eso es Pelé, el seguramente más extraordinario y completo futbolista del mundo en estos momentos.

Buenos Aires gustó de la delicia de un fútbol así, de un futbolista así de excepcional, la noche del jueves 28 en cancha de Huracán.

Más fácil que decir qué es Pelé, resultó determinar qué le falta a Pelé. Ser blanco, puesto que es negro. De haber sido blanco sólo le faltaría ser negro.

Futbolísticamente lo tiene todo. Lo puede todo.

Pelé en una cancha de fútbol es fútbol hecho placer. Placer de genialidades, que todas son posibles en Pelé, el sin metáfora fenómeno Pelé. La existencia de Edson Arantes do Nascimento en el fútbol es un fenómeno en el capricho de la creación humana para el fútbol. Los hay pocos en el medio siglo del fútbol organizado. Poquísimos: Orth, en Europa Central; Matthews, en las islas británicas. Pedernera, en América del Sur… Pelé para todo el mundo en la actualidad.

 

El futbolista De Vicenzo

Cinco veces en mi vida tomé un palo de golf. A la pelota nunca le pude pegar. ¡Y la maldita estaba allí, quietita! No como en el fútbol, que es diez veces mayor y nunca se pone mansita como la del golf. El golf es absorbente y seductor como una hermosa mujer. Con una ventaja (para el golf): lo sigue siendo después de los 60. Tiene todo lo exigido al deporte. Lo que no tienen el ajedrez y el boxeo. Aire libre. Ducha postrera. Fair play ineludible. Cultivo físico y mental. Recreación y tensión competitivas. Alegría y enfado (este último nunca con el adversario). Filosofía y leyes ultrademocráticas. Por si todo eso no bastara: tanto puede ser la más acabada expresión del amateurismo más puro, como del profesionalismo más industrializado. Pero invariablemente en los dos casos, juego limpio. No admite otro. Creo que es el único deporte cerrado a las malas personas. Casi todos los deportes sufren una decadencia. Moral casi siempre. Aun el rugby. El golf progresa. Al margen de su rótulo amateur o profesional. Progresa porque produce, o exige, buena gente. Buenas personas. Progresa porque genera gente que llega a ser mejor. Los otros deportes están demasiado absorbidos por la ambición de estar mejor, hasta el más materialista (De Vicenzo es uno de ellos) es señor. Antes que estar, es (mejor). Valga el memorable episodio (tarjeta) del Torneo de Maestros de Augusta, en abril de 1968. Allí De Vicenzo, al perder como señorazo, ganó lo que pocos ganaron ganando. Valgan los reversibles ejemplos de Alberto Abel (¿o Caín?) Magnín, en enero de 1962, en Mar del Plata; o de Oscar E. Cella en octubre de 1965 en Buenos Aires. Estos dos últimos adulteraron sus tarjetas. Perdieron ganando. Nada, ni nadie, ha podido desvirtuar en el golf la doctrina eterna del deporte: juego de amigos. A todo esto, estoy advirtiendo una cosa: que no debo ser yo el descontento con todo ni resentido social que en mí se señala porque futbolísticamente siempre protesto. Aquí descubro que, además de Pelé y Vélez-Amalfitani, también me viene bien y sé hablar bien…del golf y de De Vicenzo. Se repite lo que me pasa con Pelé y Vélez-Amalfitani. Con las causas nobles nunca me peleo, por eso con el golf soy hombre bueno.

Este frangollo fútbol-gol-fútbol, no es automatismo de la futbolizada máquina que utilizo. Tenía ganas de meter baza con este tema, con la misma humildad que un sordo en un concierto de Tchaikovsky. Para esto: ¿dicen que el fútbol, el deporte en general, se ensaña y se aprende? ¿De dónde aprendió De Vicenzo? ¿De dónde salen los mejores golfistas? ¿De las horas de clases pagadas a insignes profesores o campeones? De Vicenzo era caddie. Fernández era caddie. Infinidad de campeones de golf son fruto de tarea de fámulos con una bolsa al hombro. Nadie les enseña. Les enseña el juego. Claro está: previa decisión biológica de sus madres. Los que alquilan maestros no llegan a campeones. Y esto ocurre en un deporte que además de ser individual y sin oposición directa, se hace con concentración y silencio casi impropios del humor deportivo natural de la lid deportiva. Y con la pelota quietecita, mansa. Asustada por un garrote. Como que es arte y no es ciencia, no hay quién enseñe a jugar al golf. Apenas quienes enseñan su técnica. Jamás su juego. Lo mismo que en el fútbol. ¿Y me quieren convencer de que eso es posible con el fútbol, donde juegan 22, además de un 23° participante llamado pelota, en permanente rebeldía con todos ellos? Que aprendan a jugar al fútbol como De Vicenzo: jugando. O que recuerden cuántos jugaron con y contra Pelé…Y cuántos aprendieron de Pelé y de De Vicenzo lo que únicamente las madres de ellos sabían. Pontoni, Boyé, Basso, reciben lecciones de golf. Son “troncos”. Maestros puede haber de ciencias, tareas estáticas. Jamás de artes dinámicas como los j-u-e-g-o-s. El maestro está en la escuela con la tiza. En la panadería con la pala. En el juego, al juego lo enseña el juego…es porque no puede enseñar. Por eso elige…a los nacidos. Zubeldía lo puede elegir a De Vicenzo. Pero no enseñarme a mí. Y De Vicenzo no puede manufacturar campeones entre sus alumnos. Para el arte hay genios; no maestros como en las ciencias.

¡Y la maldita estaba allí quietita!

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