Jorge Valdano es un hombre del fútbol pero también de la literatura. A su interesante mirada sobre el deporte y la vida le agregó una manera atrapante y seductora de hablar, contar y escribir que se ven reflejados en sus tantas publicaciones. Hoy rescatamos "Los cuadernos de Valdano", un libro que prácticamente no se consigue en las librerías y que contiene reflexiones, definiciones y descripciones acerca de la Eurocopa de Inglaterra 1996, los Juegos Olímpicos de Atlanta y el fútbol en general. “En todas las secciones coinciden el jugador, el entrenador, el analista y el aficionado. Todas, caras de una misma moneda”, explica la contratapa de la publicación editada por El país/Aguilar en 1997.
A pesar de la distancia en el tiempo de aquel libro, hay reflexiones que perfectamente se pueden enunciar en este presente y otras definiciones que sirven para repasar y recordar a jugadores como Hagi o Shearer.
EL COMO: En la etapa formativa, se eligen niños altos y fuertes porque los entrenadores quieren ganar antes que enseñar y a esa edad el tamaño da ventajas. En la locura competitiva también participan los padres, que proyectan viejos sueños vencidos por el tiempo y pretenden renovarlos convirtiendo a sus hijos en sostenes de sus ideales. A esa edad hay que jugar como si fuera el Campeonato de Europa y como si ellos fueran el ídolo que admiran. La intromisión del adulto quita el como si. Es que siempre hay alguien dispuesto a robarnos el cómo; en la infancia, los adultos que no respetan los tiempos; en el profesionalismo, los amigos de la brutalidad, que creen que la técnica y la fantasía son otro modo de nombrar la ingenuidad y proponen ganar como sea. Si el fútbol algún día muere, será de seriedad.
OBLIGACIONES CON EL BALÓN La palabra obligación, por odiosa, está asociada a lo defensivo: ocupar un lugar, marcar a un hombre, volver por detrás de la línea del balón…Todas pautas sobre las que los entrenadores insistimos mucho porque nos ayudan a reducir la inseguridad (…) Hay jugadores de aparente categoría capaces de controlar, pasar, tirar y hasta regatear, pero como no conocen las claves de este juego eligen siempre el camino equivocado. Otros se rinden a la marca o se mueven mal y son tan responsables de la jugada frustrada como el que pierde el balón. Ya que invertimos tanto tiempo y esfuerzo en quitarle el balón al contrario, ¿no habría llegado el momento de preguntarnos qué hacemos con él cuando lo conseguimos?
GOLEADORES Son egoístas, calculadores, obsesivos. ¿Defectos? Al contrario: virtudes de goleador. A veces parecen un efecto sin causa y por eso inventamos palabras que son perfectas en su indefinición, como olfato. Me estrujo los sesos con Shearer (NdR: Alan, goleador del Southampton -118PJ y 21G- que brilló en el Blackburn Rovers -138PJ y 112G-; Newcastle, entre 1996 y 2006, con 148 goles en 303 partidos y en la selección inglesa) tan lejos de ser virtuoso y tan vengativo con mis malos pensamientos: cuando su inoperancia empieza a ponerme nervioso, marca un gol. Siempre nos quedará la palabra oportunista para desvelar el misterio de estos especialistas, tipos que acuden a una cita con el balón en el lugar y el momento justo siguiendo las recomendaciones del instinto. Cuando peor juegan más me desconciertan. ¿Cómo puede ser que sólo sepan hacer lo más difícil del fútbol?.
HOMENAJE A HAGI Es un tipo de jugador en peligro de extinción. Es un grito de rebeldía contra la táctica. El entrenador, tiza en mano, tiembla intentando buscarle un lugar en el campo: ¿Por la izquierda o por el centro, de delantero o de mediocampista? Los jugadores como Hagi necesitan de un equipo con un andamiaje firme armado por sus diez compañeros para disfrutar del privilegio de la libertad. Regatea de maradoniana manera, tiene más capacidad para el tiro que sensibilidad para el pase y más precisión para los servicios largos que para los cortos, sabe proteger el balón y abarcar el campo entero con su mirada. No tengo que hacer ningún esfuerzo para meterlo en la memoria con todos los honores porque se trata de un grande, y los grandes se acomodan solos en el recuerdo.
CUANDO LA AFICIÓN NO SABE QUE JUEGA La realidad tiene la fea costumbre de estropear ilusiones, también las colectivas. Crear y vender expectativas es uno de los fuegos favoritos del fútbol hablado, pero tiene el peligro del desengaño. En esos casos la afición no perdona y baja el pulgar sacando pañuelos de desaprobación. María Moliner define a la masa como “el conjunto de gente indiferenciada que tiene importancia y peso en la marcha de los acontecimientos solamente por su número”. En el fútbol su influencia apasionada no sólo afecta a la estadística, sino que, además, hace estragos en el ánimo de los que juegan. Mucho más de lo que cada uno de los miembros de esa masa puede sospechar. La presión psicológica es mayor cuando se está en el centro de la atención general. Según el psicólogo deportivo Óscar Mngione, “lo que produce angustia es la demanda del otro y un partido de fútbol es una demanda de decenas de miles de persona a las que el jugador debe sostenerle sus ideales”. No siempre resulta posible: vivir en la frontera del triunfo y el fracaso es sentirse en peligro y hace falta ser muy irresponsable o muy valiente para no pensar en las consecuencias cuando se asume el riesgo de jugar en medio de grandes tensiones. En esos casos la seguridad sólo la da el afecto. Lo contrario es suicidio colectivo.