La Serena, Chile
(Papá, ¿alguna vez estuviste cerca de un artista? Yo sí y acá, en Chile)
Brian podría ser el eslabón perdido de la Play Station o un extraño producto del capitalismo. Podría ser el vago de la familia o el pibe del barrio al que todos admiran. Podría, también, ser un talentoso o, simplemente, un tipo con suerte.
A las cinco y media de la mañana de Buenos Aires, la madrugada y la humedad y el otoño conforman una sensación térmica de ocho grados. El avión, por la apertura de puertas y por los asientos de cuero sintético, pone el culo en sistema freezer. Sin embargo, él está transpirando.
Brian se sube a un avión por primera vez en su vida y va para Santiago de Chile. Cuando está despegando, con la misma cara que pone la familia de Kevin en Mi pobre angelito al darse cuenta de que olvidó a su crío más famoso, consulta: “¿Sabés si en el aeropuerto de Santiago hay casas de cambio? ¿Habrá taxis que te lleven? ¿Es grande la ciudad? ¿Es etapa de terremotos?”
Pero eso no es lo que más sorprende de él porque en cada viaje por el aire, aunque el aire abra el espacio para el transporte más seguro del mundo, siempre hay alguien que convoca a dioses a los que olvidará en cuanto baje para salvarse la vida. Lo insólito es su trabajo. O no: lo más extraño es su mayor duda, que no tiene que ver con si el avión se cae o no. El dilema es otro, peor, más angustiante. Apenas vuelva, está conminado a ir al jardín donde manda a su nena porque las maestras apuestan por la modalidad de llevar a padres a que expliquen de qué trabajan.
- Y yo no sé cómo lo voy a explicar...
- Pero, pará, ¿de qué laburás?
- Yo soy un artista.
- Bueno, podés decir que sos un artista.
- Pasa que yo no soy cualquier artista.
- ¿No sos cualquier artista?
- Yo vengo a Chile porque me contrató Zamorano, Iván Zamorano, el ex jugador. ¿Lo conocés?
- Sí, por supuesto. ¿Y por qué te contrató Zamorano?
- Para que haga mis trucos en su complejo.
- ¿Pero vos sos mago?
- No, bueno, hay dos maneras de verlo. Técnicamente soy un jugador de freestyle. Para algunos, soy un deportista. Para otros, un artista.
Un jugador de freestyle es, exactamente, un tipo que se dedica a hacer jueguitos. En el barrio, se diría que es un vago que hace boludeces con la pelota. Brian mismo, ante esta definición, medita: “Yo soy alguien que se dedica a lo que le gusta”.
Según cuenta, es un artista exclusivo de Bridgestone, la marca de neumáticos. Lo contratan para ir a eventos a hacer malabares con la pelota. No juega al fútbol con sus amigos porque puede lastimarse. Se cuida como si fuera Messi, pero trabaja como si fuera un cantante de pop.
Al principio, su sueño era competir oficialmente en torneos de freestyle. Después, ese sueño caducó. Es que gran parte de su salario lo hace los sábados y los domingos en Plaza Francia frente a los ojos de los turistas, que sonríen al pensar que en Argentina todo es pelota y pelota y pelota. Si se dedicara a los torneos perdería lo que no puede perder: plata. Y eso se tendría que volver un hobby y no un laburo, como es.
Iván Zamorano es propietario de un complejo deportivo en Chile y, para inaugurar la Copa América, en una fiesta interna, llevó a algunos artistas de este continente. Quiere que hagan su magia. Y Brian, aunque le dé vergüenza proclamarlo frente a su hija, es eso: un mago.
Profesión, oficio, habilidad, misterio o lo que sea, eso lo puso en una situación que no esperaba, en el terrible desafío que lo tuvo hirviendo en el aire mientras los demás se sentían desabrigados en un freezer. Sufrió Brian por lo que representa subirse a un avión. Se lo contará a los nenes del jardín de su hija cuando retorne. Lo sabe, lo intuye y se resigna: ahí, por más jueguito que haga, de nuevo deberá ser mago.
Ezequiel Scher para Familia Mundial