Por Ariel Scher
(en Buenos Aires)
(Hijito querido, la hubieras visto. Ella, feliz, en nuestro barrio)
Ella, en nuestro barrio.
Ella, en nuestro barrio, que es su barrio desde que hace una historia o hace una nada -porque es mentira que el tiempo, de verdad, se mide- se vino desde su Chile, emponchada con la camiseta de fútbol de un amigo que se quedaba, con el alma tapada por lastimaduras, convencida de que no migraba a nuestro barrio para vivir sino para sobrevivir.
Ella, en nuestro barrio, donde recuperó la sonrisa viendo por una ventana a los pibitos que eran felices haciendo o deshaciendo goles cuando las calles de nuestro barrio no eran ni peores ni mejores que ahora, pero tenían menos personas y menos autos. Y más goles.
Ella, en nuestro barrio, donde uno de esos pibitos que hacían goles le empezó a llenar de goles la boca, y el corazón, y las horas, y la palabra familia, y le dio uno, dos, tres hijos, argentinitos y requetecontrafutboleros como él, herederos de una chilena como ella que ya vivía y no sólo sobrevivía.
Ella, en nuestro barrio, donde soñó que el mierda de Pinochet se fuera a la mierda, donde cantó solita canciones de Víctor Jara y de Los Jaivas, de los Quilapayún y de todos los grupos no chilenos y no de los setenta que sus tres hijos argentinitos y requetecontrafutboleros le fueron enseñando.
Ella, en nuestro barrio, donde nunca se encantó con el fútbol, a pesar de golearse la boca con los besos de una marido al que amaba, donde conservó una foto de Carlitos Caszely no porque fuera un delantero chileno de los buenos sino porque se le plantaba a los dictadores, donde una noche le anunció a los hermanos que había forjado acá que el mierda de Pinochet se iba, por fin, a la mierda y, en consecuencia, ella viajaba a abrazarse con los hermanos que permanecían allá.
Ella, en nuestro barrio, que continuó siendo su barrio porque, aunque se le tornó costumbre saltar la Cordillera en las dos direcciones, un marido que le goleaba la boca y tres hijos argentinitos y requetecontrafutboleros funcionaban como suficiente razón para que de nuestro barrio no se fuera más.
Ella, en nuestro barrio, donde, sin mejorar demasiado como futbolera, aceptó uno de los juegos que se juegan adentro del fútbol y respondió con cadencia chilena "Zamorano" cuando su marido o sus hijos le proclamaron "Batistuta" con voces argentinas, y replicó con el apellido "Salas", otro crack, cuando cada miembro de su familia le soltó, por ejemplo, "Crespo", y contestó "Bielsa" cuando todos le pronunciaron "Bielsa" durante unos cuantos de los años en los que Marcelo Bielsa fue argentino, chileno, cara de patrias múltiples y un entrenador que consiguió que la selección de Chile se convirtiera en bastante más que un equipo mejor.
Ella, en nuestro barrio, creció, vio crecer a otros, no pudo impedir que se le esfumara el calendario, supo de etapas chilenas que la entusiasmaron, supo de ciclos chilenos que le promovieron dolores y supo, también, que en la mitad del 2015, cuando alguno de los hijos ya le había regalado nietos argentinitos y requetecontrafutboleros, se haría en su Chile la Copa América de fútbol.
Ella, en nuestro barrio, entretejió ganas, armó y desarmó proyectos para transportarse con la familia, sumó y restó ahorros, y, al final, privilegió los beneficios de mirar por televisión.
Ella, en nuestro barrio, celebró los goles de Vidal y de Vargas y la victoria inaugural de Chile frente a Ecuador con la moderación de los que no son dueños de una fe poderosa de fútbol. Y, enseguida, sin que ni los goles ni la victoria se lo explicaran y sin que ninguna otra circunstancia se lo explicara, sin siquiera convencerse de que el fútbol permite soltar lo que el resto de la existencia mantiene guardado, se dio cuenta de que, ni en nuestro barrio ni en ninguna parte, se había quitado de la garganta y de los músculos, de la memoria y del futuro, algo. Algo que no podía dejar como estaba porque si no iba a morirse.
Ella, en nuestro barrio, aunque el frío recienvenido de junio molestara, se transportó como un rayo hacia las veredas y dijo, no muy fuerte y no muy despacio, "viva Chile".
Ella, en nuestro barrio, percibió los silencios que suelen acompañar las noches de fríos recienvenidos y se sintió un poco liberada y un poco libre. Cuando giraba para meterse de nuevo en su casa, oyó una voz que vino no importa de dónde. Alguien dijo "viva".
Ezequiel Scher para Familia Mundial