(La Copa se acabó, papá. Y a la Selección le debo unas cuantas cosas.)
Hay cosas que, en los resultados, nadie va a encontrar.
Nadie los va a encontrar porque la vida no es la de Calamaro: todo lo que termina termina mal, si y sólo si, vivimos mirando el final del viaje.
Hay gente que se divorcia y que se olvida de que alguna vez tuvo un orgasmo.
Pero yo aprendí a pensar distinto: eso se lo debo a la Selección.
La Selección argentina, en ir con el hocico detrás de Messi, me sacó del carnaval carioca que era mi vida y me explicó qué era la tristeza. Me puso en circunstancias de miedo. Me hizo temblar las manos. Me hizo ruidos en la panza.
Pero no por los resultados: nunca, en este tránsito, los resultados dibujaron más o menos euforias.
¿Sabés lo que son los segundos previos a que Argentina pise la cancha?
¿Lo que son los días en que vas a entrar a un estadio que no conocés, con un montón de gente que no conocés, con una cantidad de tipos que hipotecaron todo lo que tenían para estar noventa minutos frente a un césped de acrobacias con los pies?
¿Lo que es cantar el himno con todo un estadio rival, como ayer, chiflándolo?
¿Lo que es ser los ojos de un montón de ojos?
¿Los que es estar tan cerca de la magia como para sacudir las piernas y esperar a que Messi la rompa?
¿Lo que es tener a Di María al lado frotándose la cabeza diciéndote que, aunque ya tiene todo en la vida, no puede soportar no ganar algo con la Selección?
¿Lo que es Tevez riéndose de todo lo que sucede alrededor porque él descubrió cómo es eso?
¿Lo que es Pastore pensando, en los días previos a una final, como si todo fuera una magnífica siesta?
¿Lo que es el entrenador de la Selección explicándote durante tres horas, sin límites de micrófonos, cada detalle de ese equipo sobre el que 40 millones de tipos quieren saber?
¿Lo que es abrazarte con amigos que hiciste hace cinco minutos y que la gente te vea y te pregunte cómo estás y si extrañás tu bidé y si estás comiendo bien y cómo ves el partido?
¿Lo que es estar en un tránsito que no conocés, pero tener una ansiedad que sí conocés en el momento en que se escucha el griterío de la cancha y se te mueve el culo y decís hay que ingresar aunque falten tres horas para el partido?
¿Lo que es estar en un lugar lleno de gente de todo el mundo, algunos unidos por intentos de castellano, otros por un inglés prolijo, otros por la nada, pero sabiendo que todos, en algún momento, van a abrir la bocota y van a gritar gol?
Yo no lo sabía. Yo no sabía que Argentina se iba a volver una manera de procesar la vida, algo emparentado con esa identidad maravillosa que sentís con el club dueño de tu corazón. Yo no sabía que, en un momento, se me iba a escapar un nosotros hablando de este equipo. Yo no sabía que iba a ser muy feliz en Brasil o en Chile porque ocurriera un gol. Yo no sabía que iba a abandonar todas mis cosas varias veces para viajar hacia donde estuvieran estos tipos y seguir a las superestrellas. Yo no sabía, tampoco, que iba a extrañar tanto, todos los días, a un amigo que me explicó qué era esto de la Selección.
Pero tampoco iba a saber que la tristeza me iba a explicar qué era la felicidad ni que la lejanía ya no iba a ser una aventura sino una promesa de vuelta porque a la vuelta voy a abrazarte mientras duerma.
La Selección Argentina me construyó la vida porque me hizo entender cosas que yo no entendía. Algunos dicen que hay que llevar la vida como se pueda, pero aprendí que la vida hay que llevarla hasta donde más se puede.
Porque aprendí qué era estar triste porque había estado muy feliz.
Aprendí, también, que perder duele porque antes se ganó.
Y vamos a volver a ganar.
Y, si no, al menos, vamos a seguir buscándolo.
Ariel/Ezequiel Scher para Familia Mundial