(en Buenos Aires)
(A alguien que conocés le pasó esto, hijo. Ojalá les pase a muchos)
Al cabo, piensa, en eso consiste ser padre. En que una final castigue y frustre, en encerrarse en el cuarto a lagrimear, a putear o a meditar, en lavarse la cara y salir recompuesto al mundo, en mostrarse firme aunque la firmeza esté ausente, en poner el oído para lo que viene y en aprenderse mil respuestas para que el hijo, un chiquito, diez años, cuestione sobre el fútbol y sobre la vida, sobre las fiestas de Chile y sobre los lamentos de Argentina, y encuentre lo que merece: alguien que le permita entender.
En consecuencia, como en eso consiste ser padre, imagina interrogantes, imagina contestaciones: ¿Por qué no fuimos campeones, papá? Porque a veces, mi amor, los otros son mejores o los otros tienen más suerte o, como a los juegos no sólo se juega bien, jugamos más mal que bien. ¿Por qué Messi no jugó en la final como otra veces juega Messi, papá? Porque a veces, precioso, ni Messi juega como Messi ni un equipo ayuda a que Messi juegue como juega Messi. ¿Por qué no jugamos como en otros partidos, papá? Porque en una de esas, hermoso, fallamos al cambiar algunas maneras de jugar. ¿Por qué hay tipos que dicen cosas tan feas de la Selección y de algunos jugadores, papá? Porque hay tipos, mi corazón, que siempre hablan mal de los que andan mal y que dirían justo lo contrario si en los penales nos iba distinto, pero no te preocupes: esa gente no tiene nada que ver con nosotros. ¿Por qué parece que llora Mascherano, papá? Porque de tanto en tanto, hijito, llorar nos hace dejar de llorar. ¿Por qué en nuestra calle no hay ni un solo ruido, papá? Porque el fútbol, mi campeón, es algo que suena y hay partidos que provocan estallidos y otros que provocan silencio. ¿Por qué hay argentinos que se quitan la medalla del segundo puesto, papá? Porque, tesoro, se portan como muchos de los que los miran jugar y no soportan no haber ganado. ¿Por qué no entró Tevez, papá? Porque el entrenador, mi dulce, eligió así y los entrenadores aciertan y se equivocan y es muy cómodo mirar de lejos y decir que acertó o que se equivocó. ¿Por qué tenemos tristeza, papá? Porque el fútbol es un juego de las piernas y de la cancha, pero, sobre todo, es una ilusión y un sentimiento. ¿Por qué te metiste en el cuarto tanto rato, papá? Por nada, hijito, por nada.
En eso consiste ser padre, con valentía y con responsabilidad, y por eso todo está reflexionado y estudiado ahora, cuando el hijo, diez años, toma carrera y se viene, seguro con una indagación en los labios, seguro con una angustia por disipar, seguro con el desencanto argentino arruinándole la infancia. Seguro porque se arrima. Se arrima y perfila un signo de pregunta en la voz. Sí, llega el momento y, con una pelota bajo la suela, pregunta. Pregunta:
-¿Jugamos, papá?
Y, entonces, como en eso consiste ser padre, ya no hay ni lágrimas, ni puteadas, ni meditaciones. Sólo la certeza de que, en ocasiones, hace falta la sabiduría de un chiquito para recordar que el fútbol y que la vida acarician y duelen o duelen y acarician. Y que después continúan rumbo a la próxima esperanza.